LA EUTANASIA

    Nosotros creemos que nuestra vida nos pertenece a nosotros, y estamos en un gran error: le pertenece a Dios.

 

 

           Q

uien practica la eutanasia, de una forma u otra, es matar. Con esto vengo a deciros, que todas las personas que intervengan en la eutanasia, o que tengan algo que ver con esa muerte, deben saber que tienen un delito, si no aquí en la Tierra, lo tendrán cuando dejen el cuerpo.


            Recordad que la vida sólo pertenece a Dios. La persona que está sufriendo es dueño de su materia, pero por ser cobarde se perjudica en espíritu, ya que tendrá que volver de nuevo a coger otro cuerpo para terminar de pasar los días o los años que le quedaron pendientes en esta vida y con la misma enfermedad. Como veis, por ser cobarde no le ha valido de nada, sino más bien de un atraso en su vida y, por supuesto, en su elevación espiritual.


            A la persona que le practican la Eutanasia estando en estado de coma, o siendo muy mayor y teniendo una enfermedad incurable: es tan responsable de su muerte tanto el familiar que firma para autorizarla, como el médico por practicarla y el juez por autorizarla. Si estas personas supieran la pena que ellos mismos van a imponerse cuando hayan dejado el cuerpo, estoy seguro que no lo harían.


            Hay muchas personas que cuando tenéis un dolor cogéis y os suicidáis. ¿Y vosotros sabéis la REPERCUSIÓN que eso tiene cuando dejéis el cuerpo? ¿Quién somos nadie para llevar y matar una vida que solamente le pertenece a Dios? ¿Nosotros mandamos de nuestra vida acaso?


            La vida no es el cuerpo, es el espíritu.


            Si la humanidad está conforme con “eso” (la eutanasia) y no hay una mayoría (en contra): ¿Cómo lo vamos a arreglar?


            Pues son igual que las personas que ahora, por ejemplo, matan la naturaleza. Matar la naturaleza es como matarnos a nosotros. Pero creen que Dios no existe y que nunca va a llegar… pero, sí es verdad que está y que llegará.

 

 

 

Una tarde en casa del Maestro y los apóstoles

2 de marzo de 1991

 

 

M

aestro: Esto que vamos a hablar ahora es por lo de la eutanasia... (...) ¿Qué es el viernes?


(Responden algo que en la grabación no se recoge)


            Pues el viernes pasado oí yo… y claro, pues llevan un desacierto y una equivocación muy grande todos los que estaban allí, lo mismo que los médicos y yo creo que todo el mundo.


            Porque, claro, si conforme se estaba diciendo allí: “es una dignidad, es una muerte digna cuando una persona padece estas enfermedades, apretar el botón y esa persona queda muerta sin sentir dolor.” Si eso es digno, yo, pues, bueno, que sea lo que ellos dicen, pero no es lo que yo digo.


            Si supieran ellos la Verdad, no lo dirían; lo que pasa es que, ignorantemente, vamos buscando el goce del cuerpo lo primero, cuando se puede; y segundo, pues, se va buscando ya el no tener que padecer (el cuerpo).

 


            Pero claro:


            No se sabe de dónde venimos,


            No se sabe a qué hemos venido, ni adónde vamos.


            Si se supiera, no se pensaría así.


            Si una persona ha pedido una enfermedad, sea de la edad que sea, y esa enfermedad es de un padecimiento grande, resulta que el enfermo quiere dejar de padecer y los familiares, pues, también. Pero yo os digo que si eso lo hacen así, la equivocación más grande que han podido tener en esta vida es quitarles la vida.


            Primeramente porque la vida sólo pertenece a Dios, Él la ha dado y Él la ha de quitar.


            Dicen que sí, por no verlos padecer así. Pero si ellos supieran que han venido a este mundo a purificarse, y la purificación se debe hacer con el comportamiento y con el amor del ser humano, y, también, al mismo tiempo, aceptando no solamente la riqueza y la gloria, sino también la pobreza, la tristeza, las enfermedades y todo cuanto nos venga. Porque así hay que hacerlo, y así lo otorgamos nosotros. Estamos de acuerdo antes de venir a la Tierra.


            Una vez ya aquí, tenemos que pasar todo esto, pero pasarlo sin renunciar a nada, sino decir: “A eso he venido, no puedo decir ahora: líbrame Señor de esto, sino que a esto hemos venido”.


            Por lo tanto, hemos de aguardar hasta el último momento, hasta que sea la voluntad de Dios, hasta que hayamos cumplido lo que hemos venido a hacer.


            Si no es así: nosotros no ganamos nada, no podemos purificarnos, no hemos cumplido nuestra palabra. Porque si le hemos prometido a Dios una cosa, si nosotros mismos hemos prometido cumplirla: si ahora nos quitamos la vida, ese atraso y ese perjuicio no es para Dios, sino para nosotros.


            Porque nosotros, al no cumplir... Sí nos quitamos la vida, pero, luego, hemos de venir otra vez nuevamente, en otra materia nueva, cuando un niño se está también forjando (o está a punto de venir), hemos de entrar nuevamente en esa materia y hemos de empezar por lo primero, con el comportamiento igual que a lo primero y con la misma enfermedad, a ver si, entonces, somos capaces.


            Claro, si nos quitamos la vida y tenemos treinta años, si esta vez en vez de durar tres meses, seis meses, un año más padeciendo o dos (el tiempo que sea), no hemos sido capaz de hacerlo, ahora tenemos que volver nuevamente... Y claro, si no son años perdidos empezar desde un día otra vez a aguardar a esos treinta años, y a seguir padeciendo la misma enfermedad…


            Esto es para el enfermo.Pero, ¿y la persona que ha dado la orden para que mataran a esa persona?


            Él no sabe lo que ha hecho. Lo ha hecho “por bien”, “porque no padezca, ni por verlo padecer”, pero NO sabe las consecuencias. Porque él mismo (no es que nadie le juzgue), sino que él mismo se va a juzgar cuando esté en el sitio donde él pueda darse cuenta de todo lo que ha hecho.


            Quizá el que menos culpa tenga sea el médico (también la tiene) pero claro, es como si tú ordenas a tu hijo que mate a otro, y le obligas. Claro... no es digamos tu hijo el culpable, sino tú porque le has obligado. También él tiene lo suyo, pero no tanto como tú.


            Así, pues, si esto se supiera, no se haría esto de la eutanasia. Se trataría de tener paciencia y, al mismo tiempo, mentalizarnos de que cuando así lo está pasando, es que así debe ser.


            Si lo hacemos, como se está pensando hoy en día, no evaluaremos nunca absolutamente nada, porque en la otra vida haremos igual y cada vez estaremos más abajo. Que es casi lo que está ocurriendo: nosotros creemos que hemos avanzado en la ciencia, pero estamos perjudicándonos por otro lado.


            Podéis también tropezar con religiones que, tal vez, esto de la reencarnación no lo vayan a creer, porque ellos están esperando que sea la resurrección y no la reencarnación, que es una cosa diferente. Pero daros cuenta vosotros los años que el mundo es mundo, y con los muertos que hay debajo de la tierra, si tuvieran que revivir todos en cuerpo, no habría ningún metro (libre) ya en la Tierra. Y no solamente hasta hoy, sino dentro de otros dos mil o tres mil años, pues aún habría menos rodal y, luego, después... cada vez menos sitio.


            Y aparte de esto, la reencarnación está porque hay muchos menos rencores y porque puede reencarnar cada persona según su elevación. Porque si es necesario que un espíritu entre en el cuerpo... normalmente entra (ya lo he dicho a veces) desde un principio, pero si fuera necesario, después, por alguna causa que hoy no sabemos, pues lo mismo podría entrar.


            Pero la resurrección si se hizo hace dos mil años fue para que las palabras que se habían dicho se creyeran. Porque se dijo muchas veces: “Yo soy la verdad, la vida y la resurrección”.


            Entonces, se hizo así para que supieran que era Dios mismo al que habían tenido en carne y hueso. Y las personas, la humanidad de entonces, y también la de ahora, no pueden aceptar (por ignorancia más que por nada), que Dios venga a vosotros tal como hombre, sino que ellos esperan que fuera como un espíritu. Pero la verdad es que, entonces, no vendría a vivir entre vosotros, ni a padecer como vosotros, y no podría hacer lo que se hace y no podría enseñar lo que os enseña. Porque de esta forma está y es uno más como vosotros.


            Por lo tanto, si vosotros sois los primeros en saberlo, a mí me gustaría que a vosotros (no a mí), sino que a vosotros os dijeran un día: “Maestros”. A todos. Porque esa sí que es mi ilusión. Es y sería. Porque si vosotros habéis tenido un Maestro, y luego a vosotros os llamaran “Maestro”, eso a mí me halagaría más que ninguna de las cosas que pueda deciros o hacer entre vosotros.


            Así, pues, sobre esto de la reencarnación tenéis que tener siempre muy en cuenta de que todos hemos salido de Dios y que a fuerza de años y de padecimientos, de sacrificios y de un mundo a otro, hemos de ir elevándonos hasta llegar al mismo sitio de donde salimos, al sitio de partida.


            Ese día es cuando (os lo he dicho muchas veces) se hace tanta fiesta en la Casa de mi Padre. Cada uno que va llegando, es un gran día, porque entonces es cuando os dais cuenta de las palabras que os he dicho: “que todo el que a mí me sigue, nunca se perderá.” Porque si va siguiendo uno el camino, ese camino a veces es muy estrecho, muy difícil de pasar, pero sabiendo adónde vamos, de una forma o de otra, por muy difícil que esté, hemos de conseguir pasar y llegar.


            Porque vamos a tenerlo todo. Porque se va a llegar allí y, cuando se llegue allí, puede uno decir que ese nacimiento que se hizo un día (que tantas alegrías y lloros costó a nuestros padres carnales), valió la pena sufrirlo en el parto; y, después, por todas las enfermedades, por todo nuestro sacrificio y trabajo…


            Allí nos espera, pues, Dios Nuestro Padre. Nos juntaremos allí con Él y seremos una masa, una fuerza igual a Él. Y digo “igual” porque cuando yo le digo a una persona: “Ten las llaves de mi casa”, y están dentro de mi casa, las considero como a mí mismo. Y esto ocurre mucho más cuando se llega allí.


(Corte y pausa)


            También puede ser que algunas personas os pongan “peros, o tal, o cuál”, pero se les debe hacer saber como a aquel padre que tiene unos hijos y quisiera darles a todos por igual; él por lo menos lo va a intentar, a pesar de ser un padre carnal.


            Daros cuenta vosotros, esto os lo digo porque a veces pueden decir:


            “–¿Cómo estas enfermedades? ¿Cómo unos tienen tanto y otros no tienen nada?”.


            No es que no tengan o dejen de tener. Uno puede tener mucho, otro no puede tener nada. Pero, por eso, está la reencarnación, porque lo que no tienen en esta vida, tal vez, lo hayan tenido en otra anterior. Y los que no tengan, pueden tenerlo cuando acaben esta vida y venga la otra

.

            Un Padre justo, un Padre que su grandeza es su sabiduría y amor, no puede, ni debe, ni lo hace, el darnos a uno mucho y a otro poco. Lo que no puede es darnos todo lo que nos ha de dar en una vida. Por eso está la reencarnación.


            Como mínimo hay que reencarnar tres veces, pero esto no ocurre (se puede decir), pues, casi con nadie; porque hoy son muchas las veces que hay que reencarnar en la Tierra.


            Cuando la elevación es completa y nos marchamos a otro mundo (sino es que por mandato superior, y por nuestra voluntad, hemos de bajar para hacer alguna obra para el bien de la humanidad), no volveremos a bajar a la Tierra.


            Pero si estamos en un mundo superior, allí nos pasará lo que aquí en la Tierra: tenemos que adaptarnos a aquel mundo y también poder ir purificándonos más y más y más. Así continuaremos mundos hacia arriba.


            En los otros mundos ya vemos las cosas diferentes, y nuestra gran alegría y nuestra ansiedad es por trabajar en la Obra de Dios, porque ya nos vamos dando cuenta cada vez más cómo nos falta menos, y nuestro desespero es por ayudar a los demás; cosa que hoy aquí lo hacemos todo a la inversa.


            Por lo tanto, recordar lo que yo os estoy diciendo: aquí tenemos que hacer todo cuanto podamos para ayudarnos y para amarnos los unos a los otros. Tenemos que ir aprendiendo a perdonar, a perdonarnos unos a otros, y no solamente a nuestros amigos o a nuestros familiares, sino a todo el mundo, si queremos algún día poder ser perdonados nosotros mismos.


            Daros cuenta lo que yo os he estado hablando: Dios no se aleja de nosotros. Dios nos da a todos por igual, pero no queramos tener todos lo mismo y al mismo tiempo. Una cosa podéis tener segura, que eso sí os lo aseguro: que todos vamos a tener por igual; porque si no, ¿vosotros creéis que Dios sería justo?


            ¿Creéis que Dios le iba a dar a unos de sus hijos mucho y a otros nada?


            El que así lo piense, lo siento, pero muy equivocado está.


            Pensad esto que os he dicho.